Una y otra vez, El Dragón de oro

Grupo Ópalo, dir. Jorge Villanueva

Sin duda una de las puestas más interesantes de la temporada pasada –por no decir la mejor- fue El Dragón de oro, texto del alemán Roland Schimmelpfennig, que ahora, por una breve temporada, ha sido repuesta, ya no en la acogedora sala del Goethe -en la que la acústica era mejor-, sino en el ICPNA de Miraflores. Si no la vieron la temporada  que pasó, pues he de mencionar que esta es una de las puestas que uno debe considerar imperdibles, no solo por el gran trabajo de producción y de los actores, sino por lo simbólico y poético de la representación misma, en la que cada engranaje se inserta con precisión y delicadeza a la vez.

El año pasado el elenco estuvo conformado por Carlos Victoria, Marcello Rivera, Graciela Paola, Laura Aramburú y Claudio Calmet; esta vez, ausentes Graciela Paola y Claudio Calmet; asumen sus roles Haydee Cáceres y Carlos Casella, quienes resuelven los papeles que les corresponden de modo convincente y efectivo. Los cinco actores interpretan roles que intentan romper con estereotipos o con lo esperado; así hombres hacen roles de mujeres, adultos de jóvenes, etc. Intenso trabajo de actuación en el que apreciamos que las acciones son sacadas adelante de modo altamente lírico y verdadero; de modo que se refuerza el vínculo vicario, ese ‘sentir con los otros’; que hace que seamos espectadores compañeros de las transformaciones de los actores en sus respectivos roles (que se dan a un lado, pero a vista de todos) y también –por qué no- de cómo quien está a nuestro lado, o en frente, es afectado por las acciones desarrolladas en escena.

Son varios los temas puestos en cuestión; la humanidad, el vínculo fraterno, la situación de ilegalidad, la fragilidad de lo bello, la mecanización. Todos desarrollados efectiva y sugerentemente. Particularmente, considero un gran acierto la interpretación de Laura Aramburú y también el modo en el que se inserta, resuelve y enlaza a modo general la fábula del grillo y la hormiga; sin embargo, extrañé un poco la intensidad de Graciela Paola y Claudio Calmet, sobre todo en esas partes.

El dragón de oro refuerza la idea de que el teatro es cultura viviente y no un enlatado más; que transmite pasiones intensas y experiencias que solo podrán ser despertadas ahí, en convivio, en plena comunicación; porque eso es lo que vemos en escena: actores que comunican, interpretan y transmiten pasiones.

(El año pasado escribí una crítica también del Dragón, acá el enlace: http://elteatrosabe.lamula.pe/2011/05)

Autor: elteatrosabe

Espacio de crítica y reflexión sobre artes escénicas en Lima.

Deja un comentario